Reflexión sobre la necesidad de una espiritualidad concreta.
La
vida espiritual es sin duda, en lo sobrenatural, la misma. Sin embargo, los
seres humanos viven en lo contingente, en un momento histórico
y unas circunstancias determinadas, en una condición
de vida específica. Cada cual tiene un estado de vida concreto:
solteros, casados o consagrados; un trabajo, ya sea en el hogar o en el mundo
laboral. En fin, aunque la vida espiritual, en lo trascendente tiene el mismo
origen, es decir el Espíritu Santo, se concreta en nuestra vida temporal en
una espiritualidad específica. Esto explica, en parte al menos, que haya
diversas familias y caminos espirituales. Por ejemplo, por citar solamente a
las grandes escuelas: la espiritualidad Benedictina, la Ignaciana, la Franciscana, la Dominicana o la
Carmelita.
Una
característica muy importante de cada una de estas
espiritualidades es su congruencia interna. Cada una de ellas representa un
modelo, un estilo de vida especiífico. Si bien todas tiene elementos de contemplación
y de acción, algunas son en especial contemplativas, mientras
que otras están más abocadas al servicio en el mundo. Las Carmelitas,
por ejemplo, viven en mayor grado una vida de oración
comparada con, por ejemplo, la familia Dominicana. Es muy importante reconocer
que son caminos diferentes que corresponden a diversos carismas. Ya San Pablo
aclaraba que en la Iglesia hay muchos y diversos carismas, por ejemplo profetas
y maestros, que juntos forman el Cuerpo de Cristo.
Cada
uno de estos caminos espirituales tiene una consistencia interna, una serie de
prácticas, actitudes y estilos de vida que, llevados
correctamente, conducen a cada persona al cumplimiento de su misión
en la vida y favorecen su ascenso hacia la santidad.
En
principio, a menos que el Señor específicamente así lo quiera, estos diversos caminos espirituales no
pueden ser mezclados sin disminuir su eficacia. Por ejemplo, sería
sumamente difícil, si no imposible, pretender vivir al estilo de vida
cistersense, apartados del mundo, y al mismo tiempo lograr grandes resultados
mediante la predicación o el servicio en el mundo. La contradicción,
tan obvia en este ejemplo extremo, no es tan simple de descubrir cuando se
comparan otras espiritualidades.
Los
laicos, usualmente no se preocupan de estudiar cada una de estas
espiritualidades, de experimentarlas en su caso, para descubrir a cual es a la
que el Señor les llama. Como resultado, usualmente no reconocen cual es su
especial carisma, y de hecho raramente se identifican con alguna
espiritualidad. Se debe ser
consciente de las dificultades que esta actitud, este descuido, opone al
crecimiento espiritual.
Es
muy frecuente que un día, leyendo la vida de Santa Teresa por ejemplo, se
sientan impulsados a la vía
mística, y al siguiente, leyendo o escuchando algo de
la vida de Santo Tomás de Aquino, se decidan por el camino de la Sabiduría.
El resultado de esta práctica es que, al final, no se hace ni lo uno ni lo
otro, y por tanto se produce en el creyente la convicción
(en muchos casos cierta) de que por más que se esfuerza, no avanza casi nada en el camino
espiritual. Otras veces se produce
en el creyente una gran confusión sobre la mejor manera de vivir su experiencia
espiritual personal. Muy diferente sería sí, con la
inspiración del Espíritu Santo, se adoptara una espiritualidad específica,
y se siguiera de marea consistente y perseverante.
Hay
espiritualidades pensadas especialmente para los laicos, usualmente derivadas
de las grandes familias. Así, por ejemplo, los Franciscanos tienen a la
"tercera orden" y los
Benedictinos a los "oblatos". El autor, tanto por la vía
del estudio como de la experiencia personal, se atreve a recomendarte, amable
lector, a la espiritualidad Ignaciana
seglar como especialmente adecuada para los laicos de este tiempo (se
puede buscar en internet "comunidad de vida cristiana" y se encontrará
abundante información al respecto).
La
espiritualidad Ignaciana, aunque es imposible de resumir en este brevísimo
texto, se distingue por tener prácticas de oración, de meditación y un estilo de vida muy apropiado para quienes
vivimos en medio de este mundo, sin ser de él, y deseamos
servir a Dios en la construcción del Reino.
Si
hay oportunidad, ya se hablará de la espiritualidad Ignaciana seglar en otra ocasión.
Por el momento, basta invitarte, querido lector, a conocer y meditar sobre las
distintas espiritualidades, y encontrar (en oración) aquélla
a la que el Señor te llama, y a vivirla de manera consistente, sin
mezclarla arbitrariamente con otras. Te aseguro que, por este camino, avanzarás
más rápidamente, y de manera más
segura en el camino de la santificación y el cumplimiento de la voluntad de Dios.
En
todo amar y servir
Juan
Ignacio Aquinas
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