17 jun 2012

LA CONSISTENCIA EN EL CAMINO ESPIRITUAL


 Reflexión sobre la necesidad de una espiritualidad concreta.

La vida espiritual es sin duda, en lo sobrenatural, la misma. Sin embargo, los seres humanos viven en lo contingente, en un momento histórico y unas circunstancias determinadas, en una condición de vida específica. Cada cual tiene un estado de vida concreto: solteros, casados o consagrados; un trabajo, ya sea en el hogar o en el mundo laboral. En fin, aunque la vida espiritual, en lo trascendente tiene el mismo origen, es decir el Espíritu Santo, se concreta en nuestra vida temporal en una espiritualidad específica. Esto explica, en parte al menos, que haya diversas familias y caminos espirituales. Por ejemplo, por citar solamente a las grandes escuelas: la espiritualidad Benedictina, la Ignaciana, la Franciscana, la Dominicana o la Carmelita.

Una característica muy importante de cada una de estas espiritualidades es su congruencia interna. Cada una de ellas representa un modelo, un estilo de vida especiífico. Si bien todas tiene elementos de contemplación y de acción, algunas son en especial contemplativas, mientras que otras están más abocadas al servicio en el mundo. Las Carmelitas, por ejemplo, viven en mayor grado una vida de oración comparada con, por ejemplo, la familia Dominicana. Es muy importante reconocer que son caminos diferentes que corresponden a diversos carismas. Ya San Pablo aclaraba que en la Iglesia hay muchos y diversos carismas, por ejemplo profetas y maestros, que juntos forman el Cuerpo de Cristo.

Cada uno de estos caminos espirituales tiene una consistencia interna, una serie de prácticas, actitudes y estilos de vida que, llevados correctamente, conducen a cada persona al cumplimiento de su misión en la vida y favorecen su ascenso hacia la santidad.

En principio, a menos que el Señor específicamente así lo quiera, estos diversos caminos espirituales no pueden ser mezclados sin disminuir su eficacia. Por ejemplo, sería sumamente difícil, si no imposible, pretender vivir al estilo de vida cistersense, apartados del mundo, y al mismo tiempo lograr grandes resultados mediante la predicación o el servicio en el mundo. La contradicción, tan obvia en este ejemplo extremo, no es tan simple de descubrir cuando se comparan otras espiritualidades.

Los laicos, usualmente no se preocupan de estudiar cada una de estas espiritualidades, de experimentarlas en su caso, para descubrir a cual es a la que el Señor les llama. Como resultado,  usualmente no reconocen cual es su especial carisma, y de hecho raramente se identifican con alguna espiritualidad. Se debe ser  consciente de las dificultades que esta actitud, este descuido, opone al crecimiento espiritual.

Es muy frecuente que un día, leyendo la vida de Santa Teresa por ejemplo, se sientan  impulsados a la vía mística, y al siguiente, leyendo o escuchando algo de la vida de Santo Tomás de Aquino, se decidan por el camino de la Sabiduría. El resultado de esta práctica es que, al final, no se hace ni lo uno ni lo otro, y por tanto se produce en el creyente la convicción (en muchos casos cierta) de que por más que se esfuerza, no avanza casi nada en el camino espiritual.  Otras veces se produce en el creyente una gran confusión sobre la mejor manera de vivir su experiencia espiritual personal. Muy diferente sería sí, con  la inspiración del Espíritu Santo, se adoptara una espiritualidad específica, y se siguiera de marea consistente y perseverante.

Hay espiritualidades pensadas especialmente para los laicos, usualmente derivadas de las grandes familias. Así, por ejemplo, los Franciscanos tienen a la "tercera orden" y los  Benedictinos a los "oblatos". El autor, tanto por la vía del estudio como de la experiencia personal, se atreve a recomendarte, amable lector, a la espiritualidad Ignaciana  seglar como especialmente adecuada para los laicos de este tiempo (se puede buscar en internet "comunidad de vida cristiana" y se encontrará abundante información al respecto).

La espiritualidad Ignaciana, aunque es imposible de resumir en este brevísimo texto, se distingue por tener prácticas de oración, de meditación y un estilo de vida muy apropiado para quienes vivimos en medio de este mundo, sin ser de él, y deseamos servir a Dios en la construcción del Reino.

Si hay oportunidad, ya se hablará de la espiritualidad Ignaciana seglar en otra ocasión. Por el momento, basta invitarte, querido lector, a conocer y meditar sobre las distintas espiritualidades, y encontrar (en oración) aquélla a la que el Señor te llama, y a vivirla de manera consistente, sin mezclarla arbitrariamente con otras. Te aseguro que, por este camino, avanzarás más rápidamente, y de manera más segura en el camino de la santificación y el cumplimiento de la voluntad de Dios.


En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas

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