26 oct 2011

LA VIGILANCIA INTERIOR



Velad y orad para que no caigáis en la tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.

Marcos 14:28





Probablemente todos hemos oído que existen pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. No obstante, es muy común que los discípulos del Señor nos preocupemos casi exclusivamente de que nuestros actos – lo que hacemos y lo que decimos - estén conformes con la moral cristiana, pero descuidamos lo que ocurre en nuestro mundo interior. Después de todo, suponemos, el “pecado de pensamiento”, es de menor relevancia.

Este es un error de graves consecuencias, pues precisamente cada uno de esos actos está precedido por un impulso cuyo origen está justamente en esa vida interior. Jesús nos advirtió de este peligro cuando, refiriéndose a un pecado de naturaleza interior, nos advirtió que quien ve a una mujer con deseo, ya ha pecado en su corazón. Se trata, entre otras cosas, de hacernos ver que debemos cuidar con esmero los impulsos de nuestra vida interior, simbolizada aquí por el corazón.

Conviene hacernos conscientes de que la vida interior es, con frecuencia, aún más agitada que la exterior. Así, mientras nuestra vida exterior puede ser muchas veces monótona, nuestro espíritu continuamente se ve perturbado por diversos sentimientos, imaginaciones, recuerdos o pensamientos que nos impulsan en una u otra dirección. Algunos de esos movimientos interiores nos dirigen al bien, es decir a caminar de conformidad con la voluntad de Dios, y otros nos invitan al mal, es decir a alejarnos de Dios.

Cada acción, buena o mala, está siempre precedida por un acto del ser interior; ya sea del pensamiento racional, de la memoria, de la imaginación, de la emotividad; o de todas ellas juntas. Nadie actúa sin motivo. Cuidar lo que ocurre en nuestro universo interior es fundamental, para evitar entrar en la dinámica del pecado, entendido como separación –más o menos grave- de Dios.

Jesús mismo nos advirtió de la importancia de estar atentos a nuestro mundo interior. Por eso, su recomendación en la noche del jueves santo: “velad y orad para que no caigáis en la tentación”; mandato que resume una actitud que debemos practicar continuamente sus discípulos.

Por “velad” hemos de entender una actitud de alerta continua, pero en este caso no al mundo exterior, sino al interior. Este sentido se descubre con mayor facilidad mediante la frase que continúa en el Evangelio, y con la que Jesús brinda una explicación: “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Esto es, debemos cuidar que el espíritu –nuestro verdadero ser interior – se mantenga alerta, vigilante de cada uno de sus impulsos.

Esta actitud de vigilancia interior debe complementarse siempre con la práctica de la oración. No basta “velar”, pues aunque con ese estado de alerta podamos descubrir los impulsos negativos en nuestro interior, vencerlos sólo puede lograrse con la asistencia del Espíritu Santo: es necesario “orar”. Por mencionar algunos de los auxilios más comunes: a veces, para vencer ese mal impulso, bastará elevar el pensamiento hacia Dios, otras será conveniente una jaculatoria (esto es una oración breve, de preferencia extraída de la propia Palabra de Dios); en otras ocasiones será indispensable realizar una oración más prolongada pidiendo a Dios su auxilio especial, o bien recurrir a la lectura de algún libro espiritual. Otras veces, en fin, si el mal impulso es persistente, estará indicada la oración prolongada y el ayuno, acompañadas siempre de la confianza en el auxilio divino, y de la perseverancia, pues difícilmente se vencen a la primera los impulsos negativos más persistentes de la personalidad.

Lo que es preciso, en todo caso, es cortar la acción del mal de raíz, es decir apenas se presente el mal impulso en nuestro corazón. Si no consentimos con el mal impulso, no sólo no será causa de pecado, sino que lo será de mérito espiritual.

Para finalizar, es primordial conocerse a sí mismo lo mejor posible, pues es bien sabido que cada uno tenemos defectos que nos son especialmente difíciles de vencer, a los que somos más proclives. Quien se conoce a sí mismo, estará más atento a vencer aquello en que se sabe más vulnerable.

En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas

17 oct 2011

TENGO MUCHOS AMIGOS

La riqueza dentro de la iglesia católica


Quisiera comunicarles la alegría de saber que tengo muchos amigos que comparten su saber y su experiencia espiritual, que me ayudan cuando tengo problemas, cuando surgen las dudas, cuando tengo miedo, o simplemente me encuentro feliz.

¿Sabías que tú también puedes contar con ellos? Estos amigos te ayudan a orar, te dan caminos para acercarte a Dios. Estos caminos son de diversas formas y vertientes, marcadas por una espiritualidad ya sea sencilla o bien estructurada pero posible de llevarse; en ocasiones acompañadas de grandes y profundos escritos, hasta la belleza de poesías que muestran el gran amor a nuestro Señor.

Estos verdaderos amigos se encuentran dentro de las riquezas que tiene nuestra Iglesia Católica, y son nuestros santos. Ellos son un ramillete de flores de diferentes formas, colores, olores pero todos reflejan en su vivencia al amor verdadero. Y son tantos que es difícil poderlos mencionar a todos, así que por el momento solo les contaré de una amiga que últimamente está muy presente en mi vida, ella es Santa Teresa de Ávila.

Santa Teresa es una gran mujer dentro de la historia, una mujer con gran personalidad, de un carácter fuerte y con la capacidad de plasmar en sus escritos un pensamiento profundo y congruente.

Tiene varios escritos muy importantes; entre los que destacan “El camino de perfección” y “El castillo interior”. Es en este último, que puede considerarse que escrito para instrucción de todos los cristianos, en el que se muestra mejor como verdadera doctora de la vida espiritual.

Esta amiga, viéndome en un momento de debilidad, con sutileza me empezó a decir: Nada te turbe , Nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta. Una gran paz llegó a mi corazón con la certeza de que sólo Dios basta.

Verdades que Santa Teresa manifiesta con gran certeza en la palabra y hermosamente conjugadas llegan a mí hasta el corazón en una oración profunda ¿Que más buscar, que más necesitar? Sólo Dios basta.

Este poema de Santa Teresa es conocido en su versión breve, pero sólo en su versión completa se podrá leer y apreciar su belleza y profundidad. Para que lo disfruten y mediten, a continuación lo reproduzco:


Nada te turbe, nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Solo Dios basta.

Eleva el pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe.
A Jesucristo sigue con pecho grande,
Y, venga lo que venga,
nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana.
Nada tiene de estable,
todo se pasa.
Aspira a lo celeste, que siempre dura;

Fiel y rico en promesas, Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
Pero no hay amor fino
sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quién cree y espera
todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.
Véngale desamparo,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
nada le falta.

Id, pues bien del mundo;
id, dicha vana,
Aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.






Santa Teresa, una amiga que enriquece y que está presente y vigente en nuestros tiempos.

En otra ocasión les comentaré de otros de nuestros amigos los santos.

Aitana

6 oct 2011

Turismo religioso

Vamos a la iglesia, oramos y hacemos alguno que otro acto de caridad cuando necesitamos algo de Dios. Lo tratamos como si Dios fuera el genio de los deseos que está únicamente para concedernos todo aquellos que pidamos, como se los pidamos y cuando se los pidamos, nos convengan o no.

Déjenme compartirles que este tipo de relación “convenenciera” no permite que crezcamos en el amor. Normalmente nos deja con más vacío que con satisfacción ya que si Dios nos concede aquello que solicitamos creemos que es porque lo merecemos (muchas veces ni las gracias le damos); nos quedamos con la idea egoísta de que es su obligación y nos olvidamos de Él hasta la próxima necesidad. Si no nos lo concede, es un Dios malo que no nos quiere.

Para el asunto en cuestión habrá que mencionar que a Dios no le pasa nada si le hacemos caso o no. Él es Dios y nada necesita, procura al hombre por amor, no por necesidad. Lo quiere para hacerlo partícipe de la vida, de la verdad, de la felicidad, del amor porque Él mismo es la Vida, la Verdad, el Amor.

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida…” Juan 14. 6

De esta manera, los que requerimos del encuentro amoroso somos nosotros, los que necesitamos de la verdadera felicidad somos nosotros ya que nada ni nadie nos puede “llenar” sino Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica I)*
Luego entonces, habrá que esforzarnos en mejorar nuestra relación con Él. Él siempre está dispuesto, así es que depende de nosotros.

¿Qué hacer?

Dice el conocido refrán que nadie ama lo que no conoce. Por lo tanto el primer paso será buscar la voluntad de Dios para cada uno nosotros, que por consecuencia de su amor es necesariamente la más acertada. Recordemos que lo que Dios quiere es que seamos felices.

Pero no basta con buscar su voluntad sino que habrá que descubrirla y ponerla en práctica.

Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en Él. Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos... ¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas?


* Si deseas descargar el Catecismo de la Iglesia Católica completo en su versión para imprimir, http://es.catholic.net/archivos/catecfinal.doc