Velad y orad para que no caigáis en la tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
Marcos 14:28
Probablemente todos hemos oído que existen pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. No obstante, es muy común que los discípulos del Señor nos preocupemos casi exclusivamente de que nuestros actos – lo que hacemos y lo que decimos - estén conformes con la moral cristiana, pero descuidamos lo que ocurre en nuestro mundo interior. Después de todo, suponemos, el “pecado de pensamiento”, es de menor relevancia.
Este es un error de graves consecuencias, pues precisamente cada uno de esos actos está precedido por un impulso cuyo origen está justamente en esa vida interior. Jesús nos advirtió de este peligro cuando, refiriéndose a un pecado de naturaleza interior, nos advirtió que quien ve a una mujer con deseo, ya ha pecado en su corazón. Se trata, entre otras cosas, de hacernos ver que debemos cuidar con esmero los impulsos de nuestra vida interior, simbolizada aquí por el corazón.
Conviene hacernos conscientes de que la vida interior es, con frecuencia, aún más agitada que la exterior. Así, mientras nuestra vida exterior puede ser muchas veces monótona, nuestro espíritu continuamente se ve perturbado por diversos sentimientos, imaginaciones, recuerdos o pensamientos que nos impulsan en una u otra dirección. Algunos de esos movimientos interiores nos dirigen al bien, es decir a caminar de conformidad con la voluntad de Dios, y otros nos invitan al mal, es decir a alejarnos de Dios.
Cada acción, buena o mala, está siempre precedida por un acto del ser interior; ya sea del pensamiento racional, de la memoria, de la imaginación, de la emotividad; o de todas ellas juntas. Nadie actúa sin motivo. Cuidar lo que ocurre en nuestro universo interior es fundamental, para evitar entrar en la dinámica del pecado, entendido como separación –más o menos grave- de Dios.
Jesús mismo nos advirtió de la importancia de estar atentos a nuestro mundo interior. Por eso, su recomendación en la noche del jueves santo: “velad y orad para que no caigáis en la tentación”; mandato que resume una actitud que debemos practicar continuamente sus discípulos.
Por “velad” hemos de entender una actitud de alerta continua, pero en este caso no al mundo exterior, sino al interior. Este sentido se descubre con mayor facilidad mediante la frase que continúa en el Evangelio, y con la que Jesús brinda una explicación: “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Esto es, debemos cuidar que el espíritu –nuestro verdadero ser interior – se mantenga alerta, vigilante de cada uno de sus impulsos.
Esta actitud de vigilancia interior debe complementarse siempre con la práctica de la oración. No basta “velar”, pues aunque con ese estado de alerta podamos descubrir los impulsos negativos en nuestro interior, vencerlos sólo puede lograrse con la asistencia del Espíritu Santo: es necesario “orar”. Por mencionar algunos de los auxilios más comunes: a veces, para vencer ese mal impulso, bastará elevar el pensamiento hacia Dios, otras será conveniente una jaculatoria (esto es una oración breve, de preferencia extraída de la propia Palabra de Dios); en otras ocasiones será indispensable realizar una oración más prolongada pidiendo a Dios su auxilio especial, o bien recurrir a la lectura de algún libro espiritual. Otras veces, en fin, si el mal impulso es persistente, estará indicada la oración prolongada y el ayuno, acompañadas siempre de la confianza en el auxilio divino, y de la perseverancia, pues difícilmente se vencen a la primera los impulsos negativos más persistentes de la personalidad.
Lo que es preciso, en todo caso, es cortar la acción del mal de raíz, es decir apenas se presente el mal impulso en nuestro corazón. Si no consentimos con el mal impulso, no sólo no será causa de pecado, sino que lo será de mérito espiritual.
Para finalizar, es primordial conocerse a sí mismo lo mejor posible, pues es bien sabido que cada uno tenemos defectos que nos son especialmente difíciles de vencer, a los que somos más proclives. Quien se conoce a sí mismo, estará más atento a vencer aquello en que se sabe más vulnerable.
En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas
Este es un error de graves consecuencias, pues precisamente cada uno de esos actos está precedido por un impulso cuyo origen está justamente en esa vida interior. Jesús nos advirtió de este peligro cuando, refiriéndose a un pecado de naturaleza interior, nos advirtió que quien ve a una mujer con deseo, ya ha pecado en su corazón. Se trata, entre otras cosas, de hacernos ver que debemos cuidar con esmero los impulsos de nuestra vida interior, simbolizada aquí por el corazón.
Conviene hacernos conscientes de que la vida interior es, con frecuencia, aún más agitada que la exterior. Así, mientras nuestra vida exterior puede ser muchas veces monótona, nuestro espíritu continuamente se ve perturbado por diversos sentimientos, imaginaciones, recuerdos o pensamientos que nos impulsan en una u otra dirección. Algunos de esos movimientos interiores nos dirigen al bien, es decir a caminar de conformidad con la voluntad de Dios, y otros nos invitan al mal, es decir a alejarnos de Dios.
Cada acción, buena o mala, está siempre precedida por un acto del ser interior; ya sea del pensamiento racional, de la memoria, de la imaginación, de la emotividad; o de todas ellas juntas. Nadie actúa sin motivo. Cuidar lo que ocurre en nuestro universo interior es fundamental, para evitar entrar en la dinámica del pecado, entendido como separación –más o menos grave- de Dios.
Jesús mismo nos advirtió de la importancia de estar atentos a nuestro mundo interior. Por eso, su recomendación en la noche del jueves santo: “velad y orad para que no caigáis en la tentación”; mandato que resume una actitud que debemos practicar continuamente sus discípulos.
Por “velad” hemos de entender una actitud de alerta continua, pero en este caso no al mundo exterior, sino al interior. Este sentido se descubre con mayor facilidad mediante la frase que continúa en el Evangelio, y con la que Jesús brinda una explicación: “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Esto es, debemos cuidar que el espíritu –nuestro verdadero ser interior – se mantenga alerta, vigilante de cada uno de sus impulsos.
Esta actitud de vigilancia interior debe complementarse siempre con la práctica de la oración. No basta “velar”, pues aunque con ese estado de alerta podamos descubrir los impulsos negativos en nuestro interior, vencerlos sólo puede lograrse con la asistencia del Espíritu Santo: es necesario “orar”. Por mencionar algunos de los auxilios más comunes: a veces, para vencer ese mal impulso, bastará elevar el pensamiento hacia Dios, otras será conveniente una jaculatoria (esto es una oración breve, de preferencia extraída de la propia Palabra de Dios); en otras ocasiones será indispensable realizar una oración más prolongada pidiendo a Dios su auxilio especial, o bien recurrir a la lectura de algún libro espiritual. Otras veces, en fin, si el mal impulso es persistente, estará indicada la oración prolongada y el ayuno, acompañadas siempre de la confianza en el auxilio divino, y de la perseverancia, pues difícilmente se vencen a la primera los impulsos negativos más persistentes de la personalidad.
Lo que es preciso, en todo caso, es cortar la acción del mal de raíz, es decir apenas se presente el mal impulso en nuestro corazón. Si no consentimos con el mal impulso, no sólo no será causa de pecado, sino que lo será de mérito espiritual.
Para finalizar, es primordial conocerse a sí mismo lo mejor posible, pues es bien sabido que cada uno tenemos defectos que nos son especialmente difíciles de vencer, a los que somos más proclives. Quien se conoce a sí mismo, estará más atento a vencer aquello en que se sabe más vulnerable.
En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas
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