Los santos, nos enseña la Iglesia, son ejemplos a seguir en nuestro propio camino a la santidad. Y sin duda en la historia se encuentran muchos y dignos de emular. Sin embargo hay un discípulo del Señor singularmente grande en el Reino, de cuya vida sabemos poco, tal vez porque su obra es grandiosa en la historia del cristianismo, tal vez porque, como fiel seguidor de Jesús, se hace pequeño para que brille sólo la luz de Cristo. Me refiero a San Juan Evangelista.
Sabemos que San Juan, antes de conocer a Jesús, ya era un joven hambriento de encontrar a Dios, pues era de uno los seguidores del Bautista. Y ese es el primer rasgo a imitar del futuro evangelista, pues habla de un espíritu no sólo dispuesto, sino que busca activamente al verdadero Dios y su palabra.
San Juan fue el primero, junto con Andrés, en buscar al Señor, tras escuchar la misteriosa frase del Bautista "he aquí el cordero que quita el pecado del mundo" . Primero entre los discípulos, sería el único que a partir de ese momento le seguiría hasta el pie de la cruz, primero también en llegar a la tumba vacía del Resucitado, primero que " vio y creyó".
San Juan es llamado en el Evangelio discípulo amado, nombre privilegiado cual ninguno, pues si sabemos que Dios no ama a todos, cuan grande no será esa distinción que el propio Espíritu Santo, que inspira la Palabra de Dios, le reconoce así. Y sin embargo, para ejemplo nuestro, San Juan es humilde en extremo, tanto así que en su Evangelio no se nombra nunca y se refiere a sí mismo solamente lo indispensable para ilustrar su narración.
Es conveniente meditar en especial en San Juan al pie de la cruz del Salvador. No sólo destacar su valor y fidelidad, que muchos buenos cristianos han imitado desde entonces y a la que todos estamos obligados. Deseo llamar la atención sobre el misterioso papel espiritual de San Juan en esos momentos. En cierto sentido, el discípulo amado representaba, en ese momento, a todos los discípulos del futuro, en él encontró Jesús consuelo, fortaleza y el amor que tantos otros le negaban. A San Juan pudo el Señor confiarle a quien más amaba en la tierra, a la Santísima Virgen, y no sólo eso, sino que desde ese momento fue San Juan nombrado hijo de la Virgen y ella su Madre (¡que inconmensurable privilegio, ocupar el lugar del Señor como hijo de María!). Y, en el misterio de la comunión de los santos, todos los discípulos tenemos desde entonces por Madre a la Santísima Virgen María.
San Juan, como han dicho muchos teólogos, abre también para nosotros los misterios del Sagrado Corazón de Jesús. No es otra la razón por la que nos narra cómo, en la última cena, descansó en el pecho del Señor, que de ese modo le mostró la fuente de la que brota el perfecto amor que nos salva. Es también San Juan, testigo de la crucifixión, quien llama nuestra atención al corazón abierto de nuestro Señor, del que mana el agua y las sangre de nuestra redención, de las que nos alimentamos en cada Eucaristía.
San Juan dedicó su vida entera al servicio del Señor. Desde su adolescencia y hasta su muerte, no tuvo otra tarea ni otro propósito que proclamar la Verdad que cautivó su corazón. Ningún otro amor le distrajo, sino al contrario, aprendió a amarlo todo y a todos desde el amor de Cristo.
No escatimó esfuerzo ni se arredró ante riesgo alguno. Cuidó y acompañó a la Virgen hasta su ascensión al cielo, habiendo vivido con ella el destierro durante la primera persecución de la Iglesia, transladándose a Antioquía, tierra pagana a la que evangelizó. Sirvió con amor y dedicación a la Virgen, y sin duda encontró en ella no solo una madre, sino la mejor maestra de discípulos, como lo ha sido desde entonces para todos los santos.
Fue martirizado durante la persecución de Dioclesiano, durante la cual fue arrojado a un depósito de aceite hirviente (en Roma lo conmemora una pequeña Iglesia, en el sitio del martirio, conocida como San Giovani in oglio). Milagrosamente preservado de la muerte, fue desterrado a Patmos, para regresar después a Antioquía, donde finalmente moriría de avanzada edad.
San Juan fue el fundador de una activa comunidad cristiana en Asia Menor, que después continuaría iluminando al mundo con figuras tan notables como San Ignacio de Antioquía, uno de sus discípulos primeros, o San Juan Crisóstomo, por mencionar solo dos de los más conocidos.
San Juan es sin duda el discípulo que mejor conoció al Señor, y durante su larga vida enriqueció ese conocimiento con la meditación y reflexión asistida por el Espíritu Santo. Tal vez por ello su Evangelio es el mas difícil, el que exige al lector el mayor esfuerzo y una comprensión previa, al menos básica, de las verdades teológicas. Es un evangelio especialmente amado por los discípulos que ya creen en el Señor y desean conocerle más.
San Juan es también primogénito entre los místicos cristianos, pues a él le fue revelado el Apocalipsis, que abarca nada menos que toda la historia hasta la consumación de los tiempos.
En fin ¡Cuantas cosas más merecen ser dichas de San Juan Evangelista, discípulo primero y primero entre los discípulos! Pero como la intención de este texto es motivar a conocerle mejor y a imitarle, termino invitándole, amable lector, a acercarse más, en la oración y el estudio, al discípulo amado, aquél que nos reveló que Dios es Amor.
En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas
Sabemos que San Juan, antes de conocer a Jesús, ya era un joven hambriento de encontrar a Dios, pues era de uno los seguidores del Bautista. Y ese es el primer rasgo a imitar del futuro evangelista, pues habla de un espíritu no sólo dispuesto, sino que busca activamente al verdadero Dios y su palabra.
San Juan fue el primero, junto con Andrés, en buscar al Señor, tras escuchar la misteriosa frase del Bautista "he aquí el cordero que quita el pecado del mundo" . Primero entre los discípulos, sería el único que a partir de ese momento le seguiría hasta el pie de la cruz, primero también en llegar a la tumba vacía del Resucitado, primero que " vio y creyó".
San Juan es llamado en el Evangelio discípulo amado, nombre privilegiado cual ninguno, pues si sabemos que Dios no ama a todos, cuan grande no será esa distinción que el propio Espíritu Santo, que inspira la Palabra de Dios, le reconoce así. Y sin embargo, para ejemplo nuestro, San Juan es humilde en extremo, tanto así que en su Evangelio no se nombra nunca y se refiere a sí mismo solamente lo indispensable para ilustrar su narración.
Es conveniente meditar en especial en San Juan al pie de la cruz del Salvador. No sólo destacar su valor y fidelidad, que muchos buenos cristianos han imitado desde entonces y a la que todos estamos obligados. Deseo llamar la atención sobre el misterioso papel espiritual de San Juan en esos momentos. En cierto sentido, el discípulo amado representaba, en ese momento, a todos los discípulos del futuro, en él encontró Jesús consuelo, fortaleza y el amor que tantos otros le negaban. A San Juan pudo el Señor confiarle a quien más amaba en la tierra, a la Santísima Virgen, y no sólo eso, sino que desde ese momento fue San Juan nombrado hijo de la Virgen y ella su Madre (¡que inconmensurable privilegio, ocupar el lugar del Señor como hijo de María!). Y, en el misterio de la comunión de los santos, todos los discípulos tenemos desde entonces por Madre a la Santísima Virgen María.
San Juan, como han dicho muchos teólogos, abre también para nosotros los misterios del Sagrado Corazón de Jesús. No es otra la razón por la que nos narra cómo, en la última cena, descansó en el pecho del Señor, que de ese modo le mostró la fuente de la que brota el perfecto amor que nos salva. Es también San Juan, testigo de la crucifixión, quien llama nuestra atención al corazón abierto de nuestro Señor, del que mana el agua y las sangre de nuestra redención, de las que nos alimentamos en cada Eucaristía.
San Juan dedicó su vida entera al servicio del Señor. Desde su adolescencia y hasta su muerte, no tuvo otra tarea ni otro propósito que proclamar la Verdad que cautivó su corazón. Ningún otro amor le distrajo, sino al contrario, aprendió a amarlo todo y a todos desde el amor de Cristo.
No escatimó esfuerzo ni se arredró ante riesgo alguno. Cuidó y acompañó a la Virgen hasta su ascensión al cielo, habiendo vivido con ella el destierro durante la primera persecución de la Iglesia, transladándose a Antioquía, tierra pagana a la que evangelizó. Sirvió con amor y dedicación a la Virgen, y sin duda encontró en ella no solo una madre, sino la mejor maestra de discípulos, como lo ha sido desde entonces para todos los santos.
Fue martirizado durante la persecución de Dioclesiano, durante la cual fue arrojado a un depósito de aceite hirviente (en Roma lo conmemora una pequeña Iglesia, en el sitio del martirio, conocida como San Giovani in oglio). Milagrosamente preservado de la muerte, fue desterrado a Patmos, para regresar después a Antioquía, donde finalmente moriría de avanzada edad.
San Juan fue el fundador de una activa comunidad cristiana en Asia Menor, que después continuaría iluminando al mundo con figuras tan notables como San Ignacio de Antioquía, uno de sus discípulos primeros, o San Juan Crisóstomo, por mencionar solo dos de los más conocidos.
San Juan es sin duda el discípulo que mejor conoció al Señor, y durante su larga vida enriqueció ese conocimiento con la meditación y reflexión asistida por el Espíritu Santo. Tal vez por ello su Evangelio es el mas difícil, el que exige al lector el mayor esfuerzo y una comprensión previa, al menos básica, de las verdades teológicas. Es un evangelio especialmente amado por los discípulos que ya creen en el Señor y desean conocerle más.
San Juan es también primogénito entre los místicos cristianos, pues a él le fue revelado el Apocalipsis, que abarca nada menos que toda la historia hasta la consumación de los tiempos.
En fin ¡Cuantas cosas más merecen ser dichas de San Juan Evangelista, discípulo primero y primero entre los discípulos! Pero como la intención de este texto es motivar a conocerle mejor y a imitarle, termino invitándole, amable lector, a acercarse más, en la oración y el estudio, al discípulo amado, aquél que nos reveló que Dios es Amor.
En todo amar y servir
Juan Ignacio Aquinas
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