26 may 2012


Volver a la oración contemplativa


Monje cartujo


Para el católico de estos tiempos la palabra contemplación suena algo remota y añeja, con tintes de monje del medioevo enclaustrado en su monasterio, o de plano nos imaginamos a alguien como San Juan de la Cruz en trance y plena comunión con Dios componiendo su Cántico Espiritual. Se le ubica como exclusiva de los santos, propia de Santa Teresa de Ávila en éxtasis, o de los arrebatos místicos de Santa Catalina de Siena.

Si no, de plano se toca el tema en alguna plática de café y comentamos cínicamente que nosotros no estamos para levitaciones y fugarnos del mundo.

Sin embargo, esta práctica es parte del tesoro espiritual del catolicismo, nutre nuestras raíces, y comprende un amplio caudal de campeones de la oración. Sin embargo, parece que paulatinamente cayó en desuso y se convirtió en una práctica “elitista” exclusiva para iniciados.

Una de las razones que podemos encontrar está en la controversia que provocó el quietismo[1]  que sembró cierto descrédito respecto a la mística. No obstante, paradójicamente la mayor influencia se dio por los "antiquietistas", es decir, los numerosos escritores que se dedicaron a atacar y a desacreditar el quietismo (siglo XVII).[2] Si bien el quietismo conlleva el gran peligro de exacerbar el panteísmo y la disociación de la vida moral y la espiritual, tuvo entre sus víctimas las prácticas místicas y ente ellas la oración contemplativa. Así de pronto nos movimos en sentido contrario de la mística.

Afortunadamente para nosotros, más adelante, San Ignacio de Loyola ideó proveer una formación espiritual que fuera un antídoto adecuado para el nuevo espíritu secular e individualista del Renacimiento, y una forma de contemplación adaptada a las necesidades apostólicas de sus tiempos. Los Ejercicios Espirituales estaban diseñados para formar contemplativos en acción. [3]

El Catecismo de la Iglesia Católica (2721) explica que la tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. La oración contemplativa (2724) es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su misterio.

Sin embargo, el hombre moderno vive una curiosa paradoja, por un lado nos vivimos alejados de la vida sobrenatural y de lo místico (el cognitio experimentalis de Deo “conocimiento experimental de Dios” que menciona Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica, es decir tener una experiencia fundamental de Dios[4] ) y por otra parte hay “hambre de experiencia”, lo que ha favorecido la proliferación de métodos y estructuras de pensamiento del Extermo Oriente (yoga, budismo zen, meditación trascendental, pseudo metafísica, hinduismo, etc., etc…).

Por otra parte, el consumismo y materialismo exacerbado, la despersonalización de las relaciones, la vida agitada, la adicción al trabajo y un sinnúmero de enajenaciones, nos hacen cuestionar las propuestas vacías de este mundo y preguntarnos si éste es el destino al que está llamado el hombre, si esto es todo lo que hallamos en esta vida, si no hay algo más allá.

Y claro las respuestas que están más a la mano pertenecen comprenden esa gran corriente de orientalismo, new age, y nuevas formas de “expansión de la conciencia”. Esto se explica en parte por el abandono de la oración contemplativa en la cultura cristiana.

Valga este pequeño comentario para animarlos a volver a la oración contemplativa, atreverse a andar ese camino. Los que ya lo conozcan un poco, que regresen. Los que no se han acercado nunca, que busquen un guía, que puede ser un buen libro o un sacerdote. Quitarle ese halo de “misterio” (en el sentido común del término, no del teológico).

 Claro que hay escalas espirituales, “niveles” dirían alguno, pero no nos está vetado intentar incursionar en los pasos de la oración contemplativa con el fin de encontrar una experiencia verdadera de Dios, con todos los sentidos, con toda la conciencia. Después de todo quién puede limitar los alcances de Dios si Él quiere infundirnos la experiencia de su presencia. Lo importante en todo caso es nuestra apertura y nuestra disposición…”…Habla Señor que tu Siervo escucha….”.

Comencemos a interesarnos en ese tipo de oración, con calma, sin apresuramientos, esperando todo en el Señor (que es quien hace la oración) y buscando los medios adecuados, aprendiendo e investigando. Nuestra cultura cristiana occidental es riquísima en estos temas, .."busca y encontrarás, toca y te abrirán..."

Como lo mencioné atrás, hace más de V siglos San Ignacio de Loyola le propuso al hombre moderno de su tiempo y al hombre posmoderno de éste: “sed contemplativos en acción”, que es el papel de nosotros los laicos: “están en el mundo, pero no son del mundo”.  El camino de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es uno de tantos caminos para recorrer la escala espiritual (camino purgativo, de iluminación y de perfección) para llegar a nuestro destino final: estar en la presencia del Amado.





Empecemos con algo simple que nos recomienda san Ignacio: aplicar los sentidos y la imaginación a la oración, en este caso, gustar de la oración, disfrutarla, recuperar esa parte de placer espiritual, ese gozo y embeleso que sólo es capaz de darnos el Agua Viva.

Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. ¡Amén!







Si quieres saber más:

Método de  oración contemplativa. James Borst, Ed. Sal Terrae.
Diccionario de la Mïstica, Ed. Monte Carmelo.
Ejercicios Espirituales de San Ignacio.



[1] El quietismo (Lat. quies, quietus, inactivo, en reposo) en el sentido más amplio, es la doctrina que afirma que la más alta perfección del hombre consiste en una especie de autoaniquilación psíquica y la consiguiente absorción del alma en la Divina Esencia, aun durante la vida presente (http://ec.aciprensa.com/q/quietismo.htm)
[3] Mente Abierta, Corazon Abierto: La Dimensión Contemplativa Del Evangelio.  Thomas Keating,Ilse Reissner. http://www.lanubedelnosaber.com/wp-content/uploads/2009/03/mente-abierta-corazon-abierto.pdf
[4] Summa theologica, II-II, q.97, a 2 ad 2.

18 may 2012

Conversión

En el proceso de conversión, que por cierto dura toda la vida, se empieza por reconocer el mal y alejarse de el. Pareciera ser una tarea fácil, sin embargo en un mundo en donde cada vez más estamos expuestos a un sin fin de prácticas y costumbres ajenas a Dios la confusión es abrumadora y por ser tan habitual, se ve como normal.

En el caos se  mezclan herejías con verdades o más bien, con medias verdades,  presentándolas como deseables y hasta necesarias. Esto no es novedad, el mal para poder infiltrarse casi siempre se presenta con la apariencia falsa de bondad, de hecho existen infinidad de cosas malignas con aspecto de religiosidad; el problema es que muchos viven sin saber QUIÉN es la VERDAD y por lo tanto toleran, cuando no aceptan abiertamente “adoctrinamientos” que los inducen a admitir lo inaceptable. Primero de a poquitos, luego de a más.

Cuando nada se hace al respecto el círculo maligno se repite y se refuerza, adoctrinamiento – aceptación,- adoctrinamiento – aceptación,  separando cada vez más de nuestras vidas a Dios y por consecuencia alejándonos de nosotros mismos hasta el extremo del no reconocimiento personal, de la destrucción total.

Para estos casos la conciencia no ayuda mucho, no es de fiar, como no se ha alimentado se ha vuelto laxa, el alma está anémica y el corazón endurecido, tanto así, que la persona difícilmente se quiere acercar a Dios, su única salvación. De los amigos, ni hablar, están igual o peor que uno mismo.

Así las cosas, minuto a minuto, se pierden infinidad de almas.

Como esta realidad de las almas no es evidente resulta cómodo suponer que no es cierto, que no pasa nada, que ni el demonio ni el infierno existen, que no hay más allá, con lo que se  refuerza el círculo maligno y con ello las cadenas que atan al mal, se va cayendo cada vez más bajo y profundo, en espiral.

Eso es precisamente lo que el demonio quiere, engañar y perder almas. Y las almas, se están dejando engañar.

¿Cómo revertir el daño? ¿Cómo de-codificar?

Aunque a veces lo parezca no todo esta perdido, con Dios nunca se esta en obscuridad. Dios mismo nos dice:

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida  Juan 14, 6

Recurrir a Dios es la opción, Dios es la solución. Y que se note que no se escribió la mejor opción, la mejor solución, es la única, no te dejes engañar. Nadie más te puede salvar.

Si de verdad estás dispuesto (a) Dios mismo te guiará, pondrá los medios, las personas, las formas, no te abandonará. Te aseguro que no será fácil pero que vale la pena tratar.

10 may 2012

Madre

Tanto han dicho de ti, ya los poetas
¿Qué puedo yo decirte, madre mía
que en mis palabras pobres e incompletas
no fuera repetirte:¡ Madre mía!
¿Qué puede concebir mi mente inútil
que no resulte poco a tu valía
si en mi triste existencia todo es fútil
y tú sólo eres luz, Oh madre mía?
Si en mi desdicha tú eres la esperanza,
y sólo en mis tristezas, alegría;
¿Cómo no he de entregarte mi confianza
si en mis noches tú sólo eres mi guía?
¿Que puedo yo decirte que no sea
repetir lo que antaño te decía?
No hay dicha tras la cual yo no te vea
o adivine tu mano, ¡Madre mía! 

Graciela Serna Grijalva

2 may 2012

El silencio de Cristo

Una antigua leyenda noruega nos habla de un hombre llamado Haakon, que cuidaba una ermita, a ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro. Un día, el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor, le impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por Ti, déjame ocupar tu puesto, quiero reemplazarte en la Cruz.", y se quedó fijo con la mirada puesta en la imagen, como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: "Hermano mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición".

¿Cuál Señor? -preguntó con acento suplicante Haakon-. "Es una condición difícil", -¡estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!-. "Escucha. Suceda lo que suceda, y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre". Haakon contestó: ¡Te lo prometo, Señor! y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño colgado con los clavos en la Cruz.

El
Señor ocupaba el puesto de Haakon, y éste, por largo tiempo, cumplió el compromiso. A nadie dijo nada, pero un día llegó un rico; después de haber orado, dejó ahí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló; tampoco dijo nada cuando un pobre vino dos horas después y se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después, para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento, volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: "¡Dame la bolsa que me has robado!". El joven sorprendido replicó: "¡No he robado ninguna bolsa!". "¡No mientas, devuélvemela enseguida!". "¡Le repito que no he tomado ninguna bolsa!". El rico arremetió furioso contra él.

Sonó entonces una voz fuerte: "¡Detente!". El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven e increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió al monje y le dijo: "Baja de la Cruz, no sirves para ocupar Mi Puesto, no has sabido guardar silencio". "Señor, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?". Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz. El Señor siguió hablando:

"Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de un vicio. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal; ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada, Yo sí sé, por eso callo". Y el Señor nuevamente guardó silencio.