Me gusta la gente, conocer sus historias, sus vivencias, sus experiencias. He platicado con algunos, he leído acerca de otros y he conocido algunos más por terceros. Es así como me he dado cuenta y puedo afirmar que todos, hemos vivido la experiencia de un Dios amoroso, vivo, actual, presente y actuante.
No todos son muy conscientes de esto pero, las experiencias existen y al compartirlas se descubre a Dios. Es algo muy singular, de alguna forma u otra sabemos que escuchó (a), que consoló (a), que acompañó (a), que contestó (a) a nuestras súplicas. Aún con el paso del tiempo, cuando recordamos y conversamos de lo sucedido con alguien más nuestros corazones se llenan de su amor.
Desde cosas extraordinarias como la vez en la que el hijo estaba tan enfermo y que al hacer oración en familia el pequeño mejoró de manera inexplicable para los médicos, o aquella adicción que nada ni nadie podía quitar y que al entregársela a Dios se esfumó, o el embarazo tan deseado y que era imposible de lograr, humanamente hablando, y que al acercarse a la Virgen María se concedió, hasta cosas cotidianas y simples como ese examen tan difícil que se pudo acreditar, aquel buen trabajo que conseguimos, ese consejo que necesitábamos para tomar decisiones trascendentales, aquella persona que nos hizo sentir bien, esa sonrisa que lleno el corazón.
Y que decir de los testimonios de conversión. Verdaderas historias de vida en dónde las personas confiesan que se encontraban total o parcialmente perdidas, otras en las que la vida no tenía sentido, otras más en las que el dolor, el sufrimiento y la agonía eran tema de todos los días; gente que estaba ciega, enferma, perdida o muerta y que el encuentro con Dios los cambió radicalmente.
Pruebas y más pruebas de que Dios es el mismo ayer, ahora y siempre. Demostraciones palpables de su existencia, de que sigue buscando al hombre para salvarlo, sanarlo y liberarlo, de que continúa demostrándonos su amor no sólo con palabras sino con hechos concretos.
Este y no otro es precisamente el testimonio que Cristo quiere que demos, el de su amor por nosotros, el del Amor en nuestras vidas. El de un Amor particular. Este es el aceite que necesitamos para mantener nuestras lámparas encendidas y para encender las de los demás. Estos son de los hechos de los que tenemos que dar testimonio:
Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan. Lucas 7, 21-23
Tenemos que decirle al mundo que Dios nos ama y nosotros mismos debemos mostrarlo con nuestras obras. Es esta Luz del amor de Dios, la que iluminará a los hombres.
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