Durante el sermón de la misa del domingo pasado el sacerdote preguntaba qué respuesta estábamos dispuestos a dar a Jesús cada uno de los presentes. Si queríamos seguir el llamado y si querríamos acercarnos de verdad a Dios, vivir su amor y prestarle nuestras manos, nuestra humanidad para acercar almas a él. Cómo tengo mucha imaginación pensaba en las grandes cosas que tendría que hacer y por supuesto en mi imposibilidad para lograrlas. Personas en la banca de atrás murmuraban algo parecido.
En el pasillo se encontraba otro sacerdote con una silla y un reclinatorio preparado para las confesiones. De repente, los que nos encontrábamos cerca del lugar vimos como se acercaba una niñita como de unos 4 años. Con toda la seguridad del mundo se hincó en el reclinatorio y sin decir nada se quedó viendo fijamente al sacerdote. Este sonrió complacido y empezó a hacer oración a la chiquilla, que permaneció quietecita todo el tiempo. Le dio la bendición y la pequeña se fue.
Hasta ahí la demostración de las cosas sencillas y maravillosas que hace el Señor con cada uno de nosotros estaba más que manifestada. Lo único que habría que hacer era acercarse. Todos los que presenciamos el hecho murmuramos por lo bajo un ahhhhhhhh, pero ahí no quedó la cosa.
La chiquilla regresó. Pero no regresó sola, ahora traía al hermano mayor. Éste estaba un poco apenado, pero la pequeña lo animó y también recibió su bendición. ¡Guau! La lección completa. Acercarse y acercar a los demás. Más gráfico no pudo haber sido.
En esas estábamos, como en un complot silencioso y disfrutando el hecho cuando lo que pasó después nos sorprendió. Otros niños se acercaron al sacerdote para recibir bendición.
Un solo hecho, pequeñito y ¡la cadena de acontecimientos que generó! La emoción me inundó y me imagino que a los demás también; pero mis ojos estaban anegados y ya no pude ver…
Ahí están las bendiciones listas para ser repartidas a nosotros y a los demás. Para recibirlas quizás tendríamos que empezar por aprender a arrodillarnos como los niños, como los reyes, como los sabios, como los santos, como Jesús.
En el pasillo se encontraba otro sacerdote con una silla y un reclinatorio preparado para las confesiones. De repente, los que nos encontrábamos cerca del lugar vimos como se acercaba una niñita como de unos 4 años. Con toda la seguridad del mundo se hincó en el reclinatorio y sin decir nada se quedó viendo fijamente al sacerdote. Este sonrió complacido y empezó a hacer oración a la chiquilla, que permaneció quietecita todo el tiempo. Le dio la bendición y la pequeña se fue.
Hasta ahí la demostración de las cosas sencillas y maravillosas que hace el Señor con cada uno de nosotros estaba más que manifestada. Lo único que habría que hacer era acercarse. Todos los que presenciamos el hecho murmuramos por lo bajo un ahhhhhhhh, pero ahí no quedó la cosa.
La chiquilla regresó. Pero no regresó sola, ahora traía al hermano mayor. Éste estaba un poco apenado, pero la pequeña lo animó y también recibió su bendición. ¡Guau! La lección completa. Acercarse y acercar a los demás. Más gráfico no pudo haber sido.
En esas estábamos, como en un complot silencioso y disfrutando el hecho cuando lo que pasó después nos sorprendió. Otros niños se acercaron al sacerdote para recibir bendición.
Un solo hecho, pequeñito y ¡la cadena de acontecimientos que generó! La emoción me inundó y me imagino que a los demás también; pero mis ojos estaban anegados y ya no pude ver…
Ahí están las bendiciones listas para ser repartidas a nosotros y a los demás. Para recibirlas quizás tendríamos que empezar por aprender a arrodillarnos como los niños, como los reyes, como los sabios, como los santos, como Jesús.
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